El hígado es el órgano encargado de almacenar energía, eliminar toxinas y ayudar a la digestión de los alimentos. Cuando el hígado está inflamado, se dice que la persona padece hepatitis. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 325 millones de personas en el mundo tienen este problema de salud.
Este padecimiento puede ser provocada por un virus, el consumo de drogas o alcohol, o por una enfermedad autoinmune. Para tener un mejor diagnóstico y tratamiento, la hepatitis se divide en tres tipos: A, B y C.
Hepatitis A
Es ocasionada por el virus de la hepatitis A (VHA), mismo que se contrae cuando se comen alimentos preparados por una persona que es portadora del virus y no se lavó las manos, beber agua contaminada, llevarse a la boca un dedo o algún objeto que estuvo en contacto con heces contaminadas o tener contacto con los fluidos de una persona con esta enfermedad.
Si el cuadro de hepatitis A no es muy fuerte, el paciente puede permanecer sin medicamentos. En caso de que los síntomas sean muy molestos, el especialista recetará fármacos para disminuirlos.
Hepatitis B
La hepatitis tipo B se puede contagiar por tener contacto con sangre, semen o cualquier otro fluido corporal de una persona enferma. Para determinar si el paciente contrajo el virus de la hepatitis B (VHB), es necesario realizar una prueba de sangre.
Algunas veces, los medicamentos no logran aliviar este padecimiento y se torna crónico. Esto puede conducir al desarrollo de cirrosis (cicatrización del hígado) e incluso cáncer en este órgano. Para prevenir esto, es recomendable aplicar la vacuna contra la enfermedad en niños y adultos.
Hepatitis C
Las formas más comunes de contagio son por medio de sangre infectada, relaciones sexuales (sin protección) con una persona enferma y algunas veces de madre a hijo durante el parto. Si los medicamentos no logran controlar el padecimiento, es probable que el paciente requiera un trasplante de hígado.