Hay que tener en cuenta dos factores: que sean ricos en el ácido graso omega-3 y tengan bajos niveles de mercurio, elemento tóxico que se acumula en algunas especies grandes.
Por paradójico que resulte, cuanta más grasa contenga un pescado, más beneficios tiene para la salud. Después de todo, no hay que olvidar que esta grasa está formada principalmente por omega-3, un ácido graso que nuestro cuerpo es incapaz de producir por sí mismo.
Según una investigación de la Universidad de Alberta, Canadá, este compuesto reduce los niveles de colesterol en sangre, mantiene las arterias sanas, previene la depresión, los problemas cardiacos y mejora el estado de ánimo. Y también reduce los problemas para conciliar el sueño y las interrupciones nocturnas.
Pero, ¿cuáles son las mejores fuentes de este nutriente? Entre los pescados blancos están el bacalao y la merluza. Entre los azules, podemos encontrar a las sardinas, los salmones y los atunes, que aportan proteínas en un nivel similar al huevo o la carne.
Peligros con el mercurio. Pero comer pescado en grandes cantidades también tiene sus contraindicaciones, sobre todo si tenemos en cuenta que algunos de ellos son más propensos a acumular mercurio. Esta sustancia nociva estaría más presente en los peces grandes, que se encuentran al final de la cadena alimenticia. Por ejemplo, los tiburones comen muchos peces pequeños que previamente han ingerido mercurio depositado en el plancton. Existen otras especies como el pez espada y la caballa, que también pueden contener dosis elevadas del elemento químico.
El mercurio debe ser evitado, sobre todo, por las mujeres embarazadas y los niños de corta edad, ya que puede afectar al desarrollo neurológico tanto del feto como del niño durante la primera infancia. De todos modos, los expertos no aconsejan eliminar totalmente los pescados citados de la dieta, sino limitar su consumo a dos veces por semana.